sábado, abril 10, 1999

Vivan los libros de texto

Vivan los libros de texto

Bienvenidos al curso académico 1999-2000. Comienza como cada septiembre la mayor orgía libreresca imaginable. Hagan ustedes mismos las cuentas antes de continuar: 5 o 6 millones de alumnos en los tramos no universitarios, y cada uno de ellos con un promedio de material escolar de comienzo de curso de unas 30000 pts. La cantidad que resulta no es lejana a los doscientos mil millones (200.000.000.000.-) de pesetas.
 
Es mucho dinero como para que año tras año el tema pase desapercibido a los organismos encargados de vigilar el proceso educativo. Es curioso que el poder político pase de puntillas ante el tema de costos de material escolar, alegando libertad de mercado, mientras ignora esa misma libertad en otros ámbitos como los contenidos de los libros de texto -a veces panfletarios, a veces propagandísticos- o las orientaciones, que tienden a la formación del espíritu nacional, que limitan la libertad organizativa docente y que cosechan los pobres niveles de calidad que todos conocemos, en vez de potenciar una formación escolar íntegra y de proporcionar márgenes de maniobra aceptables al profesorado, que redundarían en unos resultados mucho más satisfactorios que los actuales.
 
Parece que se le empieza a ver la punta al invento de los créditos, la opcionalidad, la rotabilidad trimestral, el trasiego de horarios y otras zarandajas que ha maltraído nuestra LOGSE. Toda esta nueva nomenclatura, sin la cual no eres nada en nuestro actual sistema educativo, y los cambios organizativos que conlleva, que no han sido ni correcta ni suficientemente experimentados, nos ha dejado un enorme fracaso escolar incluso tras las sesiones de maquillaje.
 
Las consecuencias de la sustitución y posterior marginación de muchos buenos docentes por trepas partidistas y aprofesionales, que a modo de apóstoles predican e imponen la buena nueva, se empiezan a ver en los resultados. Mientras tanto, se ha potenciado una industria editorial controlada por el poder político. Estos son los verdaderos beneficiarios: las editoriales ganan dinero y los políticos ganan poder (así lo creen, al menos). Quedamos fuera los docentes, niguneados por cualquiera; los padres, que corren con los gastos del engendro y los alumnos, que son los receptores de tanto desaguisado, pero que aún no han salido de la burbuja.
 
Ha dejado de ser cierto aquello de que gastar en libros es lo mejor que se puede hacer con el dinero. Ya no. Al menos no en el caso que nos ocupa. Muchas veces gastar en libros de texto es tirar el dinero. Los alumnos con fracaso escolar que promocionan cada año sin haber adquirido los contenidos del curso anterior (del 30 al 40%), literalmente tiran una buena parte de su gasto en libros. El margen del profesorado para decidir sobre la compra no es nulo: la norma es comprarlo, pero como después no sirve, los profesores deben recurrir a la elaboración de un material alternativo a la medida que se llama "diversificación curricular", que es lo que se trabaja.
 
Así estamos. Debemos ser uno de los países donde más nos gastamos en material escolar, y sobre todo donde más invertimos para llegar a ser un analfabeto funcional. Porque resulta que los libros de texto están diseñados como las mercancías de usar y tirar, como los kleenex o las bolsas de basura. En sus páginas, a todo color y a veces satinadas, se han de poner crucecitas, trazar líneas, rellenar contornos, colorear siluetas, escribir alguna palabra o frase, hacer algún dibujo libre... Todo ello con boli o rotu, ya que así se hace imposible la reutilización del libro. El caso es que quede totalmente invalidado para ser usado por otros.
 
A la vista de los resultados, tampoco quedamos tan mal parados los que aprendimos a base del Parvulito y la Enciclopedia Álvarez como para que no se revise el sistema y se elimine la gran fragmentación de los contenidos y se intente mejorar el lamentable nivel de conocimiento que tienen nuestros alumnos.

Saludos

Juan A. Cordero Alonso

lunes, marzo 15, 1999

La familia y la educación

Nuestra sociedad, nuestro tipo de vida -me refiero lógicamente al estilo de vida occidental-, va modificando progresivamente la asignación de los roles y de los tiempos de dedicación que tradicionalmente se han venido dando en el eje formativo de nuestros hijos o alumnos. El modelamiento del niño, antes se llevaba a cabo a través de tres instituciones: la familia, la escuela y la calle. Cada una enseñaba lo suyo y el niño hacía la síntesis.
La familia enseñaba los principios y la ética, pero de forma vivencial no oralmente (al niño no le sirve como guía ética lo que dicen, sino lo que hacen). La escuela estaba encargada de la instrucción, y a su manera, y con sus limitaciones, instruía, aunque hay que reconocer que nunca ha dejado de estar cerca del poder. Y por último la calle, que transmitía una experiencia vital, un conocimiento de los otros tal como son en realidad, socialmente, en grupo, sin barnices roussonianos.
La calle está dejando de existir. De hecho en las grandes ciudades ya no existe para los niños, y por tanto el aprendizaje social que en ella se hacía, queda desierto. Pero es que al mismo tiempo, parece que la familia también va perdiendo peso en la formación el niño (el trabajo de los padres, el disfrute de un ocio compulsivo,...).
La pérdida de influencia de la calle y la familia, es compensada con el incremento de peso de la escuela (comedores escolares, actividades extraescolares, colonias, convivencias, excursiones, campamentos de verano ...). La escuela al tiempo que renuncia a cubrir el objetivo instructivo, pretende incrementar el componente formativo en su cometido, y de paso oculta y renuncia a toda pretensión de mostrar el funcionamiento real de nuestra sociedad.
Así pues, tenemos la institución escolar metida -en parte- a hacer de padre y madre en la medida que padres y madres dedicamos nuestro tiempo -en parte- a ganar dinero con el que pagar impuestos para que la sociedad -en parte- dé a nuestros hijos el tiempo que nosotros no tenemos para ellos.
De la calle, nada. Los niños siempre ven la sociedad a través de las gafas de la escuela. Y el color del cristal de esas gafas coincide con el color que a la institución le gustaria que tuviera la sociedad y la realidad. Pero el niño es muy pequeño y no se entera. Para cuando se entere ya será grande, y ya estará fuera de nuestra competencia. No será nuestro problema.

Saludos

Cordero